Personas importantes



Gente señalada

Sor María Ruiz

Don Lucas Benito Fernández Pulido

Pedrarias Sánchez

Manuel Cabezuelo Bueno

Lia Delby

Andrés Gracia

Personas importantes de Bienservida

En este apartado nos ocupamos de algunas personas de Bienservida de todos los tiempos.

Son hombres y mujeres que tienen o han tenido una proyección nacional e incluso internacional.

Ciertamente que hay muchas más de las que aquí tratamos, pero estas son muy conocidas en la historia de España (capitán Pedrarias Sanchez), conocidos religiosos (Sor María Ruiz, Don Lucas Benito Fernandez), en los tiempos modernos un misionero (Andrés Gracia Gracia), Un valiente soldado de la guerra de cuba (Manuel Cabezuelo Bueno), una artista de renombre internacional (Lía Delbi), etc.

Todos ellos son gente que han elevado el nombre de Bienservida y lo han dado a conocer por toda España, también por Europa e incluso por otros continentes.
Gracias an todos ellos.

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Sor María Ruiz

(nacida probablemente entre 1480 y 1490)El párrafo que sigue ha sido extraído de la obra “BIOGRAFIA ECLESIASTICA COMPLETA”, dirigida por D. Basilio Sebastian Castellanos de Losada, Tomo XXIV, páginas 331 y 332, publicada en Madrid el año 1865.
(A través de la redacción biográfica se intuye un intento de reconocer su santidad según lo que se narra al final con la intención de hacerlo aparecer como casi un milagro)

RUIZ (Sor María), religiosa de la Orden tercera de S. Francisco, en el convento del mismo nombre en Villanueva del Arzobispo, obispado de Jaén. Esta constante, virtuosa y fiel sierva de Dios, fue natural de Bienservida en el arzobispado de Toledo, y desde muy joven se consagró al servicio del Señor, siendo un modelo de observancia y muy celosa de su instituto y profesión. Sus ayunos y austeridades eran notables, grande en la oración y muy mortificada. Tan rigurosa en los ejercicios y actos penitenciales, que aunque tenía cuando murió mas de ochenta años, no se relajó ni ablandó un punto en sus prédicas religiosas; antes bien era tan fuerte y briosa y la había dotado Dios de un temperamento tan feliz y saludable, que á pesar de sus grandes abstinencias, disciplinas, silicios, maceraciones de la carne, y uso de todas las mortificaciones imaginables en tan avanzada edad no parecía tener mas de treinta años, conservando toda la soltura, capacidad y perspicacia en los sentidos propios de esta edad. Estando próxima á la muerte se llegó á ella una religiosa y la rogó encarecidamente que cuando se viese con el Esposo celestial, le suplicase tuviese a bien compadecerse de ella, apartándola una tentación que hacia muchos años que la lastimaba y afligía. La anciana moribunda la ofreció cumpliría con su petición; y fue digno de la mayor admiración, que desde el punto y hora en que espiró, se vio libre de aquella pasión que por tantos años la había atormentado. Aunque no se sabe de fijo el año de su muerte, debió de verificarse á fines del siglo XVI, pues entró de Ias primeras en aquel convento que se fundó el año de 1503.- A. L,

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Capitán Pedrarias Sanchez

Pedrarias Sánchez, también conocido en los escritos como Pedro Arias, nació en Bienservida a mediados del siglo XVI y fue capitán del ejército del Emperador Carlos V.

Fue enviado a Hungría en socorro del hermano del Emperador y rey de aquel país, don Fernando. Fue uno de los doce capitanes enviados en aquella ocasión. Es mencionado en el capítulo 33 de las relaciones topográficas de Felipe II relativas a Bienservida.

Para saber algo de su actuación en los Tercios de Flandes, hay que recurrir a las crónicas de la vida del Emperador Carlos V.

Por ejemplo, sabemos por la “Crónica del Emperador Carlos V” de Alonso de Santa Cruz, que cuando este Emperador proveyó de Gobernadores, Embajadores y otros cargos a las tierras de Italia, que hizo ir a la ciudad de Sena como Gobernador y Embajador a Pedro Soria, que llevaba una bandera de españoles. Mandó también como Alcaide y Gobernador a D. Lorenzo Manuel con 600 soldados para la guarda del castillo y ciudad, la cual fue entregada por el Capitán Pedro Arias. Esto sitúa a este hombre de Bienservida en aquella ciudad de la que era responsable, pues fue él el que la puso a disposición de los nuevos cargos.


También se encuentra en tierras italianas cuando intervino eficazmente con sus hombres en el salvamento de dos soldados españoles, en peligro por encontrarse entre enemigos, en lo que es calificado como “Hazaña famosa” cuyo texto pertenece a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (www.cervantesvirtual.com)

El texto que transcribimos pertenece a “Historia y hechos del Emperador Carlos V” de Prudencio de Sandoval, de la edición y estudio preliminar de Carlos Seco Serrano.



 

Transcripción:

XI -

Hazaña famosa de Diego de Cisneros y Francisco Romero. -Salva el capitán Pedro Arias los dos soldados españoles.

     Con este buen aviso entretuvo Antonio de Leyva a los tudescos, que con mayor impaciencia llevaban esta falta, amenazando como suelen. Y luego procuró enviar una espía, avisando al virrey de Nápoles y marqués de Pescara, que estaban en Lodi y no más sobrados que los de Pavía.

     Hallando demás de esto gran dificultad para poderles enviar algún socorro que era de grande importancia, pues en conservar a Pavía consistía la mayor parte de la vitoria. Mas Dios, que al parecer hacía su causa, abrió camino, aunque bien dificultoso al juicio de los hombres, y fue así: que en el ejército imperial estaban dos soldados estrechos amigos; el uno se llamaba Diego de Cisneros y otro Francisco Romero. El Cisneros era alférez de la compañía del capitán Rodrigo de Ripalda. Era persona de mucha estima.

     Este Cisneros en este tiempo estaba enemistado con otro soldado sobre cierta diferencia. Y queriendo sus amigos reconciliarlos, juntáronlos un día en el domo de Lodi, donde, entre muchas palabras, el otro soldado se desmandó tanto, que el Cisneros, no pudiendo sufrirlo, le dio de puñaladas, de las cuales murió luego. Como el de Pescara lo supiese, indignado de la muerte de un buen soldado y más del desacato de la Iglesia, quisiera lo castigar. Pero Cisneros, con ausentarse, no dio lugar a ello.

     A cabo de pocos días, viniendo su capitán, que era muy favorecido y privado del marqués, a procurar el perdón, porque un tal soldado no se perdiese, el marqués, teniendo noticia que éste era hombre de quien toda cosa se podía confiar, respondió que no le perdonaría jamás si luego no procuraba manera como poder meter algunos dineros en Pavía. Lo cual como él supiese (si bien como cosa imposible) fuélo a comunicar con su amigo Romero, que era hombre muy prudente y para hacer de él toda confianza. Sabía muy bien las lenguas francesa y italiana, tanto, que siempre que él quisiese pasaba por donde quiera sin ser conocido por español.

     Como él esta necesidad supiese de su amigo, dióle gran confianza de buen suceso. Y tomando licencia del marqués para comenzarlo a tratar, disfrazado se salió de Lodi y fue para el campo francés. Llegado allá, procuró por la vía del capitán Guevara (que a la sazón al rey de Francia servía) que el rey le diese audiencia. Alcanzada, llegándose a besar las manos le dijo: «Señor, Vuestra Majestad sabrá cómo en el campo del Emperador estaba un muy valeroso soldado, llamado Cisneros, alférez de Rodrigo de Ripalda, el cual por cierta diferencia que tuvo con otro soldado muy estimado y querido del marqués de Pescara, lo mató. Por lo cual no se puede alcanzar de él perdón. Y Cisneros, siendo hombre de tanto valor, tiene a poquedad salirse a tal tiempo de la guerra. Por tanto, envía a mí que soy su amigo, a decir a Vuestra Majestad si es servido recibirle en su servicio, que él vendrá con tanto que ningún sueldo se le asiente, hasta que sus servicios pongan la tasa en lo que mereciere.»

     Esta condición sacó éste, porque llevando su sueldo del rey de Francia, nadie pudiese después imputarle a traición lo que pensaba hacer.

     El rey holgó de oír esta nueva, y dijo que él lo agradecía a Cisneros el servicio que le ofrecía y se servía mucho de su venida. Y Romero se le ofreció que venía con él a su servicio, y el rey dijo que holgaba de ello.

     Habida esta licencia del rey, volvióse Romero para Lodi. Y comunicando con el marqués de Pescara lo que se había de hacer, ellos dos juntamente con Cisneros (que luego fué llamado), cosieron en sendos jubones hasta tres mil escudos, que el duque de Milán para este efecto, por cartas del de Pescara, de Cremona había enviado, y llamando dos labradores de aquella tierra de quien el marqués conocía poder fiar, les dió los jubones que debajo de sus camisas y garnachas de lienzo azul (que allá los villanos traen) se los vistiesen y se fuesen al campo de los franceses y en cierta parte señalada pusiesen una tienda, adonde vendiesen alguna vitualla, y allí estuviesen hasta cuando estos dos soldados, habiendo oportunidad, les pidiesen los jubones; Prometiéndoles grandes mercedes por ello.

     Los labradores aceptaron y cumplieron muy bien.

     El marqués hizo que Cisneros y Romero vistiesen otros sendos jubones ni más ni menos en fustán y hechura que los otros eran, porque nadie pudiese conocer la mudanza, cuando los otros tomasen.

     Hecho esto, y puestas sus cruces blancas, que es la insignia de los franceses en la guerra, se partieron para el campo francés, donde fueron bien recibidos del capitán Guevara y de algunos caballeros españoles, que por particulares respetos en el campo francés estaban en servicio del rey de Francia; y uno era porque siendo concluida la guerra del almirante, este capitán fue despedido entre otros, y él con este desdén se fue a servir al rey de Francia. Pero primero hizo todas las diligencias que un hombre de honra es obligado a hacer, para que su honra quede limpia y no reciba detrimento, porque luego requirió al duque de Milán y al marqués de Mantua como amigos del Emperador, que le diesen sueldo. Y como en ellos no le halló, fue a buscarle adonde le hallase.

     Recogidos y hospedados en el aposento de Guevara, otro día fueron a besar las manos al rey de Francia. El cual los recibió con alegre semblante y encargó a Guevara su buen tratamiento. Y así estuvieron algunos días, saliendo a las escaramuzas contra la gente que de Pavía salía. En todas lo hacían tan bien, que el rey mostraba tenerse por bien servido de ellos.

     En este tiempo el rey les ofreció largos partidos, los cuales ellos no quisieron aceptar, diciendo que querían qué más se conociesen sus servicios. Esto hizo engendrar alguna sospecha en el corazón del capitán Guevara, la cual se acrecentó un día que ofreciendo él su bandera a Cisneros no la quiso tomar. Pero todas las sospechas deshacían ellos con su prudente disimulación, aunque les era gran daño no poderse comunicar a solas, porque eran muy mirados. Por lo cual tomaron por medio, cuando querían hablarse sin ser entendidos, irse al palacio del rey, que era un monasterio que fuera de Pavía estaba; y allí cada uno se juntaba con algún caballero francés, y paseándose por una sala las veces que se encontraban, con palabras disimuladas se avisaban el uno al otro de lo que se debía hacer. Y cada día procuraban pasar por la tienda donde sus labradores estaban, que ya la sabían, para que ya que no los podían hablar, con verlos no se partiesen de allí.

     Al cabo de dos o tres días, Romero fue herido en una escaramuza muy mal en la cabeza. Tenía mucho cuidado su compañero. Quiso Dios que sanase.

     Y estando con temor de ser sentidos, procuraban hallar ocasión para entrarse en la ciudad; y para esto Cisneros se hizo muy amigo del ingeniero de las minas que estaba en el campo francés, el cual, sin recelo, le mostró una mina que tenía hecha en un vallecillo cerca de la batería que iba a salir al muro que batían; y la salida estaba cubierta con hierbas y ramas, y a la entrada hacían guarda continuamente cuatro o cinco hombres, porque pensaban tener en breve ocasión para aprovecharse de ella en un asalto general que se ordenaba.

     Como Cisneros vio esto, parecióle ser por allí la más segura entrada o menos peligrosa, y resolviose a probar ventura, y para tener lugar de tomar sus jubones, yendo un día con el capitán Guevara por la plaza, donde sus labradores estaban allí cerca, hicieron cortar sendas casaquillas, diciendo que no podían sufrir el frío, y pidieron que para otro día sábado en la noche estuviesen hechas, que ellos vendrían a se las vestir. Lo cual aseguró al capitán para que otro día siguiente, sin ser notados, pudiesen venir juntos y casi de noche a la plaza por sus ropas.

     Pero antes que fuesen a la tienda del sastre se metieron en la de sus labradores, y con toda presteza se quitaron los jubones que traían y tomaron los que tenían los villanos con los dineros, diciéndoles que otro día de mañana procurasen partir con las nuevas al marqués de Pescara. Pero que esperasen hasta hora de mediodía, y si en el castillo de Pavía oyesen tres tiros de artillería juntos, que podrían decir en Lodi cómo habían entrado en salvo. Y si no, que creyesen que eran muertos, sin poder más hacer.

     Tomados los jubones, y encomendándose a Dios, se fueron a la tienda del sastre, donde se vistieron sus casacas, y de allí fueron al aposento o tienda del capitán Guevara, donde cenaron aquella noche y durmieron, aunque no con mucho descanso.

     Venida la luz, luego de mañana se levantaron, y salieron de allí con sendas alabardas en los hombros y espadas ceñidas, y con toda disimulación fuéronse para la boca de la mina, siendo vistos de pocos por una niebla muy cerrada, que salía del río y cubría toda aquella tierra.

     Llegados allí, como los de la guardia los vieron, quisieron saber a qué venían. Lo cual les costó tan caro, que de los alabardazos derribaron dos de ellos en tierra. Y antes que los otros dos se lo pudiesen estorbar, se metieron por la mina, y caminando a toda priesa llegaron a salir junto al muro de la ciudad, donde se vieron en mayor peligro que en todo lo pasado, porque con el alboroto que las guardas por donde entraron habían hecho, ya en el campo tocaban al arma, y los de dentro habían acudido a la muralla. Entre los cuales llegaron a esta parte ciertos tudescos, que por no entender la lengua los habían puesto en gran aprieto, hasta que llegó allí el capitán Pedro Arias con otros españoles, que como entendieron que pedían seguro y que no venían más de los dos, apartando la gente los recogieron dentro. Y conociéndolos, con gran regocijo y risa los llevaron al aposento de Antonio de Leyva, del cual fueron muy bien recibidos.

     Y luego se tiraron en el castillo tres piezas de artillería, para dar aviso a los villanos que habían de llevar la nueva a Lodi.

     En el campo francés no se hizo tanto caso de ello, por no saber lo que era.

     Socorrió Antonio de Leyva con aquellos dineros a los tudescos, y convidó a comer a su mesa al coronel de ellos, de quien se tenía sospechas. Y aún había información que traía trato secreto con el rey de Francia por medio de dos hermanos vecinos de Pavía, para darle entrada en la ciudad, y tales fueron los bocados que tragó el tudesco, que dentro de pocas horas purgó con ellos el alma, perdiendo la vida, que como traidor no merecía.

     Con este socorro, si bien la necesidad era grande (porque lo más precioso que comían era carne de caballo y asno), pasaron algunos días.

     Y los labradores fueron bien recibidos del virrey y marqués de Pescara, que ya esperaban la venida del duque de Borbón.
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D. Lucas Benito Fernández Pulido

Fue un Religioso, de la Orden de los Camilos que nació en Bienservida, Albacete, pero se vincula tanto a Castelserás que en una carta del 7 de septiembre de 1746 decía; "Ahora conocerán ustedes quien es el Padre Lucas y lo que podrá hacer en adelante; fuera rumores y voces impertinentes, pues yo soy de Castelserás con alma, vida y corazón, sin que haya cosa que me pueda apartar de este propósito."


Intervino de forma decisiva en la independencia de Castelserás de Alcañiz. Murió el 12 de marzo de 1751, recibiendo sepultura en la Iglesia Parroquial de Castelserás, delante del altar de San Antonio de Padua, del que era devoto.
El Padre Pulido, como se le conoce, ha sido el mayor entusiasta castelserano de todos los tiempos.
En Castelserás le fue dedicada una calle, que lleva su nombre.

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Cabo Manuel Cabezuelo Bueno


Copia del artículo de D. Aurelio Pretel Marín.


Por un extraño azar ha llegado a mis manos la carta de licencia, que contiene La hoja de servicios, de uno de los soldados españoles de la Guerra de Cuba. Un documento no único, porque es de pensar que entre los miles que por allí pasaron se dieran otras muchas historias semejantes, pero sí ilustrativo y representativo del heroísmo anónimo y mal agradecido por la patria lejana, que sacó del terruño a unos muchachos pobres y mal formados, los vistió de uniforme y los mandó a luchar a miles de kilómetros sin mayor recompensa que el reconocimiento de su deber cumplido. Su historia es una más -aunque no habría tantos que salieran con vida después de varios años de pelear en la selva contra los insurgentes, los norteamericanos y las enfermedades tropicales, que mataron más hombres que los propios mambises-, pero lo excepcional es que se ha conservado el documento, que nos permite hoy saber de sus andanzas. Y desde luego, es una perfecta muestra de cómo las historias de la gente común -que es la gran mayoría- son el mejor espejo para ver en detalle la "Historia" con mayúscula, que es la de la gente que, más que hacer la Historia, la padece.

Se trata de Manuel Cabezuelo, nacido en Bienservida, provincia de Albacete, jornalero de oficio y apenas alfabeto, que muy probablemente nunca habría salido de su pueblo, como era frecuente en esos tiempos. Nacido en el breve reinado de Amadeo de Saboya, ingresó en el Ejército con 19 años, a finales de 1891 cuándo fue destinado a Cartagena, aunque quedó de baja "por exceso de fuerza", hasta que se incorporó en el 93 para hacer su período de instrucción y para estar de guarnición en la citada plaza hasta el 5 de marzo de 1895, en que fue destinado al Batallón Peninsular, que se hallaba en Valencia, desde donde salió el 8 para Cuba. Desembarcó en Santiago el 24, y del 28 al 30 ya estaba bajo el fuego en las operaciones militares de Jaguaní, Bayamo, Manzanillo y Majagua. De entonces en adelante ya no descansó, luchando en los combates de Chapala e Hitabo de los Indios, Rinconada, Camino de Holguín y Loma de Las Piedras, contra tropas mambises comandadas por el negro "Rabí" y "el Coronel Capote" (José Manuel Capote) entre oíros cabecillas. Integrado en una unidad guerrillera de reciente creación -más bien habría que hablar de una contraguerrilla dedicada a luchar en la Manigua contra los insurgentes- que estuvo bajo el fuego en aquellos combates, fue recompensado en enero de 1896 con su primera Cruz del Mérito Militar, con distintivo rojo, Y no sería la última, como podremos ver.

En ese mismo mes aún participó en la acción de Cuatro Caminos, que mandó el general don Federico Blanco, y en los meses siguientes en La Loma de Quinientos Pesos, Santa Rita y San José de Mayo, El Cacao y La Maguana, tras lo cual le sería concedida una segunda cruz con distintivo rojo -día 15 de mayo- por su comportamiento en Los Negros, otra por lo que hizo en Managuano -25 de mayo- y otra -30 de octubre- por otro nuevo encuentro en el camino de Jiguaní a Ventas. Aún consiguió nuevas cruces por méritos al escoltar un convoy de carretas, en combates habidos en Cantillo, Potrerillo, Alegrías, Jabaco, Babiney, el Paso de la Sal, Aguas Verdes, Rivera, Caunao, Paso del Río Buey, Sabana de Barrancas, Babatuaba, Ceja de los Novillos y la Loma del Horno, con lo que terminó este movido año.

Otro par de batallas en enero de 1897 (Tucaibama y Barrancas) y la acción de Alegrías en agosto anterior, le valieron otras dos cruces con distintivo rojo. Les seguirían otras por las de La Sabana, Brujos, Sevilla Arriba, Purgatorio, Portillo y Las Lomas, más las de Babatuaba y Tuabeque de diciembre anterior, y Calabazas, a finales de junio. En ese mismo mes fue ascendido a cabo, y en los meses de julio y agosto ya luchaba a las órdenes del general García en las escaramuzas del Arroyo Solís y San Joaquín. El día 3 de agosto fue trasladado en barco a Santa Cruz del Sur y en ese mismo mes ya combatía en Bagá, Cayo Jatía, Punta Valero, y Los Cayos de Las Ciegas y Potrero. En octubre embarcó hacia Sarria Clara, provincia en la que operó junto a su batallón, en la jurisdicción de Trinidad, por poco más de un mes, pues en noviembre embarca y llega a Manzanillo, donde entre los días 1 y 3 de diciembre participó a las órdenes del coronel Tobar en la toma de Guisa y sus trincheras (defendidas por Calixto García), y terminó el año en la de los llamados Altos de San Francisco.

En enero siguiente -el del 98- Cabezuelo combatió en las acciones del Caimito, Juraguana y Dos Bocas del Tana, y en febrero en Las Dolinas y la Gloria, El Chino y las Delicias; en marzo, otra vez en Juraguana, el Chino y Bejuquero, continuando en campaña hasta el 13 de abril, en que vuelve de nuevo a Manzanillo, donde recibió una nueva medalla pensionada con 2,50 pesetas -que no eran vitalicias- por su comportamiento en la acción de Dos Bocas, y otra del mismo importe -pero ya vitalicia- por Las Delicias, de 7 de febrero. En Junio todavía le vemos peleando en Pelados, Palmarito y Sabana Mari Buena, en el ataque y toma de la plaza de Bayamo (26 de junio) y en Baire, La Doncella, Contramaestre y Maíbio. El primero de julio luchó contra los yanquis, a las órdenes del coronel Escario, en Lajas y Aguacate, y el día 3 del mismo su unidad llegaba a Santiago y empezaba a ocuparse de las obras de fortificación de esa importante plaza ante el inevitable ataque americano, después de la caída del Caney y la Loma de San Juan, y de que los cañones del almirante Sampson hubieran destrozado la flota española esa misma mañana.

Aunque al certificado le falta un buen pedazo -un cuarto de la pagina que cierra el documento- no impide conocer el final de la historia. Después de combatir hasta la extenuación, Santiago se rindió el 16 de Julio, y Manuel Cabezuelo fue hecho prisionero junto a sus compañeros. Conducido a la isla de Luzón (Filipinas), fue repatriado al firmarse el Tratado de París en diciembre de ese mismo año. Al volver pasaría a la reserva, y muy probablemente regresó a Bienservida, a esperar la licencia y buscar novia, puesto que solicita la certificación de soltería, que le es remitida en noviembre de 1899-cuando ya había cumplido los 27 años- a través del acalde de su pueblo.

Merecido descanso para un héroe anónimo -que no desconocido, gracias a este trabajo- que volvía a la patria, como tantos, con su deber cumplido más que sobradamente. Daría gusto verle entre sus parroquianos, pequeño de estatura, con el pecho cuajado de medallas y la mente poblada de paisajes lejanos con perfume de pólvora y guayaba, relatando un centón de aventuras sangrientas y combates heroicos, y gastando con ellos su pensión militar de 2,50. Se lo había ganado.

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LÍA DELBY, FAMOSA CANTANTE DE BIENSERVIDA

El día 12 de agosto de 2016, ha tenido lugar (como estaba previsto), la presentación del documental realizado en Valencia "La caja negra". Se trata en él la vida artística de la cantante natural de Bienservida, Lía Delby (Amalia Cuerda Valdelvira) y de su esposo, el músico Francisco Esteve
A la proyección se presentó poco público, pero selecto, ya que en el pueblo no quedan parientes directos de esta famosa cantante.

El documental es de muy buen gusto, con un tratamiento exquisito y respetuoso. Todo ello a pesar de los modestos medios que son compensados por un trabajo muy elaborado y exigente, lo que hace que el reportaje aparezca como si se hubiera realizado con muchos más medios tecnicos por lo que se aprecia claramente la profesionalidad de los realizadores.
En la versión proyectada en esta localidad, la narración es en idioma castellano, pero en las entrevistas, naturalmente se ha respetado la lengua materna de los entrevistados (valenciano) y aparecen subtituladas, lo cual se agradece.

Veamos a continuación algunos detalles.

Carátula de un disco de Lía

Pocas personas recuerdan hoy a la cantante Lía Delby, nombre artístico de Amalia Cuerda Valdevira, nacida en el municipio albacetense de Bienservida. Fue muy popular en la década de los años 50 y habitual en las principales salas de conciertos y cuyos temas eran emitidos constantemente por las emisoras de la época.

En los anos 40, emigró con su familla a Valencia, donde fue descubierta por un director de orquesta, comenzando a participar en programas de Radio Valencia y Radio Mediterráneo. Su historia esta ligada a la de su marido, Francisco Esteve, y a la orquesta que él dirigía “Los Chicos de España”.

A mediados de los 50, marchó a Barcelona con el fin de grabar varios discos en pizarra para la casa Odeón. Y Lía, que ya estaba embarazada de su único hijo, Rafael, se unió a las continuas giras de “Los Chicos de España”, orquesta dirigida por el compositor Francisco Esteve (su marido), recorriendo buena parte de Europa y Oriente Medio con sus composiciones influenciadas por el jazz aunque con mucha influencia de la canción española.

Esta es a grandes rasgos la historia que se cuenta en el documental “La Caja Negra” del director José Carlos Díaz, que se presentó en la Sala Luis García Berlanga de la Filmoteca Valenciana. El realizador tiene previsto darla a conocer próximamente en Albacete y en Bienservida (pue­blo natal de la cantante) según se dice en “La Tribuna de Albacete”.

El proyecto nació de forma casual, cuando el realizador localizó una caja con fotografías, carteles y otros documentos de Lía en el Rastro de Valencia.

Al cineasta valenciano José Carlos Díaz le apasiona la fotografía antigua. Por ese motivo suele acudir al rastro de Valencia en busca de imágenes. Un día descubrió unas fotografías de los años cincuenta de una mujer hermosa que le recordaba a Ava Gardner. Las compró y se las llevó a casa. Movido por la curiosidad comenzó a investigar y se puso en contacto con familiares (entre ellos su hijo), amigos y expertos que conocen la trayectoria artística de la pareja. Imagen de una actuación
Así fue como nació La caja negra, un documental que se presentó en el IVAC de Valencia y que redescubre la poco conocida historia de amor entre la cantante de Bienservida y su marido Francisco Esteve. 'La caja negra' reconstruye las vivencias del éxito internacional de ambos y 'Los chicos de España' y de su regreso a Valencia donde él triunfó como compositor de música de fiesta y donde ella abandonó su carrera.

Su carrera en solitario comenzó como Lía Delby y su marido es recordado como uno de los más importantes compositores de música festera del siglo XX y autor habitual de los conciertos de las sociedades musicales. Lo que habría sido imposible de no mediar el sacrificio de Lía. Se trata de un tributo a dos enamorados que vivieron juntos la música por todo el mundo.

El documental reconstruye las vivencias de estos artistas que recorrieron muchos países cuando desplazarse era toda una aventura, sobre todo, por Oriente Medio.

La pareja se conoció en 1948, Esteve como pianista y Lía como cantante de la orquesta “Copacabana”, que era una de las más famosas de la época. Después, juntos recorrieron toda España y actuaron en Portugal y Gibraltar. En los años cincuenta recibieron una oferta para viajar al extranjero con la orquesta “Los chicos de España” y con ella lograron sus mayores éxitos.

Realizaron giras que les llevaron a Estambul, Beirut, Teherán y Damasco, y actuaron ante el Sha de Persia, Farah Diba y el presidente Abdul Karim Qasim. También actuaron, entre otros lugares en Túnez, Francia, Finlandia y Suecia.

Luego llegó el momento de regresar; Él quería volver a Muro, su pueblo natal, y ella aceptó dejar su carrera a cambio de volver, pero a Valencia”. A su regreso ella deja su carrera para atender al hijo de ambos. Este sacrificio era normal en aquella época.

Esteve Pastor fue uno de los muchos responsables de la renovación de un tipo de música siempre vivo y sus obras son perfectamente reconocibles por el público. Esteve fue uno de sus grandes compositores habituales de las fiestas de Moros y Cristianos, lo que ensombreció a Lía Delby.

Del arte de Delby sólo quedan cinco discos en pizarra grabados para Odeón, que se han convertido en joyas para coleccionistas. Ellos son los únicos testigos del talento de la cantante de la localidad albaceteña de Bienservida.

En este documental, en el que se recrea, a través de la figura de una narradora, (interpretada por la actriz Sara Vallès), la biografía personal y profesional de uno de los más importantes compositores de música de la fiesta de moros y cristianos.

En el rodaje se recoge el testimonio de familiares, amigos y expertos. La producción ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Muro y de la Generalitat Valenciana. El documental “La Caixa Negra” (La caja negra), dirigida por José Carlos Díaz, es en realidad una historia de amor y música: el amor de Lía hacia Francisco. Por este amor, ella abandonó su carrera cuando estaba en pleno cenit, primero para acompañarle musicalmente con la orquesta y después para formar una familia y cuidar de su hijo, una vez que se asentaron en Valencia, cuando en los años setenta regresaron a España. Amalia pasó entonces a un segundo plano y aquí arrancó la faceta de Francisco Esteve como compositor de música festera.

El documental se presentó en septiembre (2015) en el Centro Social Polivalente de Muro.

La cinta ha sido producida por la empresa valenciana On Air, con la colaboración de Visual Producciones. Ha sido dirigida por José Carlos Díaz, con guión de José Carlos Díaz y Francesc Picó, realizada por Xavier Cortés. La producción es de Paula Cervera y la ambientación musical de Luis Prado (Señor Mostaza).

Pese al diseño como documental, se ha introducido una parte dramatizada, a cargo de la actriz Sara Vallés y sirve para ordenar cronológicamente el proceso de la recuperación de estas biografías.

Aparte de proyectarse este pasado mes en Muro, Díaz dice que a ser posible, llevará la cinta a festivales, televisiones, así como a Albacete y al pueblo natal de Lía, Bienservida.

Hace tiempo, Luís Serrano (q.e.p.d), en su diario, nos facilitaba su identificación diciendo que era sobrina de “Celestino el de Veda” y contaba una anécdota ocurrida en Granada allá por los últimos años cuarenta.

Esta artista que paseaba su voz por los cabarets de toda España siempre decía que era valenciana pues sonaba mejor para su carrera. Nos contaba Luís que cuando por casualidad, en una sala de fiestas de Granada, se encontraba Juan José Pretel “el boticario”, Lía se anunció como valenciana. Al escucharla, no pudo contenerse y con potente voz dijo “tú eres de Bienservida”. La artista al conocerlo confirmó su procedencia, le dio un par de besos y desde entonces siempre reconoció a Bienservida como su pueblo natal.

Para los interesados diremos que el documental está editado en DVD y se puede adquirir a través de: info@onaicomunicacio.com

Anuncios en ABC y La Vanguardia

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Andrés Gracia Gracia


Nació el 30 de abril de 1954, era viernes, la noche de los mayos y fue bautizado el 20 de mayo del mismo año.

Su infancia transcurrió en el cortijo de Rispalda y su principal tarea era cuidar del ganado y ayudar en todas las tareas propias de esa forma de subsistir. Sin juguetes ni tiempo para utilizarlos.

Su padre le enseñó a leer y escribir precariamente durante las veladas a la luz de un candil.

Aprendió desde pequeño a afrontar todo tipo de problemas sin desesperarse, confiando en su solución con una fe que no sabia de donde procedía pero que le llevaba a confiar en algo desconocido.

La familia lo veía como ausente pues le gustaba la soledad y en esta soledad pensaba en el Dios que le habían enseñado durante las conversaciones familiares, era un Dios que no entendía, sobre todo por su falta de preparación.

Sabia pocas oraciones convencionales y como vivía en un cortijo apenas conocía la iglesia del pueblo, sin embargo, su vida era una continua oración. Era un trabajador incansable y no se quejaba de las dificultades, sino que las llevaba con paciencia y confianza.

Con 12 años sus compañeros eran las vacas y las cabras (y sus pensamientos). Pensaba que debía de ayudar a los que lo necesitaban pero no sabía como hacerlo pues estaba muy limitado por su escasísima formación.

Con esa edad y ya viviendo en Bienservida, entendió que quien mejor ayudaba a la gente eran los "curas" y pensó para sí "yo tengo que hacerme cura" y en su ignorancia creyó que esto podía estar a su alcance.

Como ya vivía en el pueblo, casi todas las tardes al volver de su trabajo, se adecentaba y se iba a los últimos bancos de la iglesia a pedir ayuda al Altísimo para que se cumpliera aquel gran deseo infantil. Los pocos que conocieron esta intención se echaban las manos a la cabeza al oír semejante disparate.

Estas conversaciones se desarrollaban durante la dura tarea de la recogida de la aceituna, tarea en la que debido a su edad, compartía con las mujeres recogiendo la aceituna que había caído al suelo helado.

Estas jóvenes mujeres le enseñaron a rezar las oraciones más corrientes y el en aquellos momentos se sentía feliz. Como vieron su empeño, le regalaron un viejo catecismo para que se fuera enterando de las creencias de la religión Católica. De esta forma, todas las noches le quitaba horas al sueño para (con dificultad) leer y releer aquellas páginas hasta sabérselas de memoria.


Pasó el tiempo, el seguía acudiendo a la iglesia asiduamente y ya con 16 años, se decidió a hablar con el cura para que le orientara en el camino a seguir para hacerse cura el también. Y a través del sacristán concertó una cita. El sacristán puso al sacerdote (Don Manuel) en antecedentes, pero Andrés nada más encontrarse con él, le espetó ¿Qué tengo que hacer para hacerme cura?. Don Manuel con tacto intentó disuadirle haciéndole ver que su edad y su falta de preparación eran un obstáculo insuperable. Pero Andrés insistía con un valor que no conocía la palabra "no".

Viendo el sacerdote la inquebrantable voluntad, le habló de que había otros caminos más adecuados para cumplir su deseo y que eran las ordenes religiosas, y para que se informara le dio unas revistas de misiones. Cuando las leyó entendió que ese era su camino para entregarse a los pobres y así se lo expuso a D. Manuel.

Con esa intención escribieron una carta a los misioneros Combonianos, pero la respuesta no llegaba y el tiempo seguía pasando inexorablemente.

Eran los años en que los pueblos se despoblaban hacia las ciudades, donde se abrían perspectivas más halagüeñas para la juventud, y como tantos otros, con sus hermanos se marchó a Alicante, donde trabajó como ayudante de bar.

Ya había cumplido los 18 años cuando decide ponerse en contacto con los Combonianos, pues su voluntad no había flaqueado ni un ápice.

Lo admitieron para asistir a un cursillo y se marchó sin avisar a nadie. Cuanto terminó el cursillo se marchó a Barcelona con estos misioneros pero no era lo que buscaba, de forma que volvió unos días a su casa para meditar. Volvió a Barcelona y allí topó de nuevo con su falta de preparación y su edad inadecuada para adquirir la gran cantidad de cocimientos que se le exigían.
Los Combonianos no ocultaron a Andrés su situación y entristecido y sin saber que hacer, pidió un poco de dinero a sus hermanos y se fue a Madrid sin trabajo ni nadie que le pudiera ayudar.

No tardó en encontrar trabajo e un bar y como una luz que se enciende, recibió una llamada telefónica informándole de la existencia de otros misioneros en aquella ciudad. Eran lo misioneros Espiritanos, él ya tenia 20 años y su preparación seguía sin mejorar. Lo admitieron y tuvo que trasladare a Burgos para iniciar su formación. Allí sí encontró la comprensión y la ayuda que necesitaba. Por fin Dios lo llevaba por el camino que tanto había pedido que se le abriera.

A partir de ese momento trabaja sin descanso, estudia si desfallecer a pesar de sus precarias condiciones y contagia a todos con su fuerza de voluntad y entrega personal. Logró superar el primer escalón, el graduado escolar, lo que para él fue un gran triunfo. Pero había que seguir la tremenda lucha llena de obstáculos.

Ya con 23 años inicio el noviciado que duraría 2 años, y había que seguir estudiando. Andrés se empeñaba en conocer la realidad de las misiones en tierras de pobres y desamparados, y a mitad de su formación, pidió permiso para acudir a aquellos lugares en que más pudiera ayudar y ser útil, de forma que con 27 años llega a Camerún, la vida allí es miserable, no tienen ni techo ni agua al igual que los nativos, pero encuentra lo que buscaba y se vuelca con aquellas gentes sin descanso, hasta el limite de sus fuerzas.

Como necesitan agua deciden excavar un pozo y para ello recurren al chamán del poblado, para que les indique el mejor sitio y confiando en que dios le ilumine para que no se equivoque. Y Andrés acostumbrado al duro trabajo excava durante muchos días, bajo el sol africano, dejando su sudor en la arena, con esporádicos desmayos, hasta que cuando ya desfallecía, aparece el agua deseada y él solo piensa en Dios, en lo mucho que le ayuda y en como aquellas gentes van a poder disfrutar de un bien tan escaso. Había ido para unos meses, pero de una misión a otra, transcurren más de dos años y su salud se resiente, pues se ha contagiado de una enfermedad endémica de la zona que le está dañando su salud.

En 1984, con 30 años vuelve a España, donde transcurre su vida como seminarista hasta que cumple 36 años.

Durante este tiempo, todos los años, durante las vacaciones, vuelve a Bienservida y dedica su tiempo a ayudar y consolar a los que lo necesitan. Sus paisanos ya no le ven como un soñador, ya está en el camino elegido ya es un hombre de Dios.

Y como colmo de sus sueños, el 15 de julio de 1990 es ordenado sacerdote y para ello pide hacerlo en su pueblo, Bienservida, y así se cumplió.

A su ordenación, aparte de todo el pueblo, acudieron muchos misioneros Espiritanos, sacerdotes y muchísima gente de todas partes. Y Andrés siente una emoción inmensa, la mayor de su vida, al fin es sacerdote en el pueblo que le vio nacer y que dudó de sus posibilidades.

Y para más emoción, el párroco (a la sazón Don Ginés) se marcha de vacaciones y él queda en su pueblo encargado de la Parroquia y de la del vecino pueblo de Villarrodrigo.

Luego Andrés se incorpora a su congregación a prepararse para ir a Méjico, pero su enfermedad se agrava y el 2 de Mayo de 1991, con solo 37 años, entregó su alma, aquel hombre bueno entre los buenos, aquel pastor que a imitación de Cristo, entregó su vida por sus ovejas.

Esta es la resumida historia de un buen hombre, santo para quien le conoció.


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